Sin Nada

Juan Diego Jaramillo | 7 de mayo de 2021

Recuerdo cuando estuve presente en el nacimiento de mi segunda hija, llena de vida, saludable, muy grande y con pulmones bastante fuertes como para a través de la boca, expresar su sentido de pertenencia e independencia del líquido amniótico. Algo que siempre he considerado, y aunque parece ser sencillo de concluir, es el hecho que todos nacimos desnudos; sí, la enfermera limpió la bebé, para luego ser bañada y cubierta con un pequeño y hermoso vestido.

Nada traemos en el momento de nuestra primera comunicación o grito en la tierra, ¿por qué entonces los apegos y fijaciones a lo que seguro, en el futuro, será incierto y perecedero?

Eclesiastés 3:1-2,19-21 Reina-Valera 1960

1 Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
2 Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;

19 Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. 20 Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo. 21 ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?

Eclesiastés 9:4-6

4 Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto.
5 Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido.
6 También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.

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